Cuenca para amigas, perritos y carteras agotadas en busca de libertad

Vega Pérez-Chirinos
Mi amiga y mi perro confabularon a mis espaldas para organizar un finde fuera de Madrid, y lo peor es que todavía tengo que agradecérselo.

A pesar de la merecida fama de vividores que tenemos los Houdinis a veces, la vida en Madrid se hace cuesta arriba, sobre todo cuando el calor empieza a apretar y las vacaciones todavía se hacen de rogar. En esas andábamos cuando mi amiga Irene me propuso escaparnos al campo. Yo, que ya dije por aquí que soy una urbanita a niveles que rondan el integrismo, ya estaba con mi cara de horror preparada, pero entonces empezó el chantaje emocional: ¡hazlo por Patas!, decía. Y, vale, parte del pack de tener perro es posible que incluya ir al campo. A partir de ahí empezaron las negociaciones. “Bueno, pero que no sea muy lejos”, “en coche no, que el perro se marea”… Lo bueno de tener amigas resolutivas es que contestan a todas tus objeciones con soluciones: “He encontrado un sitio maravilloso y está aquí al lado: nos vamos a Cuenca. Tú te vas en tren, y yo te recojo en la estación. Dividimos los gastos”. Y la tía, ni corta ni perezosa, me dice que ha cogido la Tarjeta Correos Prepago MasterCard®, que podemos precargar para ir pagando todo con ella sin preocupaciones. “Sin compromiso, ¿eh? No he tenido que abrir cuenta ni nada”, me cuenta, pero sabe que ahora que ha empezado a mover hilos ya no le voy a decir que no. Amiga es la que te conoce y aun así, te quiere, que dicen. Así que nada, tenemos un plan.

El rincón de los poetas

El siguiente paso era escoger un sitio donde quedarnos; algo que no suele ser fácil cuando una va con animalitos. Pero encontramos la solución rápidamente, y confieso que nada más verlo empieza a parecerme un mejor plan: nos quedamos en El rincón de los poetas, una casa reformada en diferentes apartamentos honrando a distintos poetas. Las paredes de piedra parecen gritar “por fin vais a poder dormir lejos del calorazo de julio”, así que me enamoró enseguida y allí reservamos. Al llegar a la casa, confirmé que había sido un acierto: la dueña me contó con todo lujo de detalles cómo han hecho la reforma, y se nota el mimo en cada esquina, tanto fuera (la balaustrada fue reconstruida con maderas antiguas y acorde con el estilo general de la ciudad, que no en balde es Patrimonio de la Humanidad) como dentro, donde me encuentro una ducha con hidromasaje a la que quiero abrazar después de la contractura que me ha agarrado con las últimas semanas de trabajo intensivo antes de cerrar el curso. Si por mí fuera, me habría quedado ahí dentro toda la tarde, pero Irene me arrastró con la excusa de que teníamos que comer, que siempre funciona.

Apartamento

Fotos: Vega Pérez-Chirinos

Nos acercamos a la Plaza Mayor y nos dimos un homenaje en Los Arcos, uno de los restaurantes típicos, aunque la gastronomía conquense es un poco bomba para quienes no comemos carne. Irene pidió lomo de orza, yo me quedé con el pisto manchego, y compartimos unos estupendos huevos rotos con boletus. Como Patas también ha recibido su ración de lomo de orza, ¡esta le toca pagarla al perrito! Intenté hacerle responsable del bote el resto del viaje, pero por algún motivo ni a él ni a Irene pareció convencerles la idea.

PagaPatas

De camino al coche subimos hacia la Torre de Mangana, donde me enamoré por primera vez del color del Júcar. Como habíamos dejado el coche en un parking cercano, intenté convencerlas de aprovechar para cotillear el Túnel bajo Alfonso VII, refugio antiaéreo republicano, pero aquí le tocó torcer el morro a Irene, recordándome que habíamos ido al campo, así que metimos a Patas en el coche y salimos rumbo al Parque Natural de la Serranía de Cuenca, parando a rellenar el depósito con nuestra tarjeta.

La Ciudad Encantada y las encantadoras lagunas

Decía que una amiga es la que te conoce y pese a eso te quiere, pero olvidaba la parte en la que aprovecha que te conoce para trolearte. La geografía nunca fue mi fuerte y confieso que creía que la Ciudad Encantada era algo parecido a una ciudad, cosa que ella aprovechó para no tener que llevarme a rastras a mi primera incursión campestre. Reconozco que la decepción no pudo con el espectáculo: es realmente impresionante cómo la karstificación (palabra que mágicamente sí recuerdo de mis clases de Conocimiento del Medio) ha ido disolviendo las rocas, y lo claramente que se ven las diferentes formas: perros, tortugas, cabezas… Nos topamos con una de las visitas guiadas y la chica que la lidera comentaba que la falta de lluvia hace que no sea todo lo bonito que puede ser, pero Patas ya está empezando a entusiasmarse y eso hace que hasta yo vaya con ilusión a nuestra siguiente parada: la Laguna de Uña, que por algún motivo me recuerda a Dawson Crece y hace que me plantee que quizá lo del campo tampoco está tan mal, al fin y al cabo.

VistaDesdeManglana

El campo, en la ciudad

El segundo día quería disfrutar un poco del centro de Cuenca, y esta vez fui yo la que conseguí convencer a Irene, recordándole las palabras de la dueña del apartamento: “aquí, el campo lo tenemos en la ciudad”. Tomamos la bajada de Santa Catalina (aquí sólo puedo decir que se llama bajada por algo) hacia las Casas Colgadas, y aunque hay una exposición increíble, Patas dice que pasa del arte moderno, así que empezamos a callejear a lo largo del río. Y, sorpresa: en plena ciudad, una especie de parque de atracciones perruno en forma de pequeña cascada con cañaveral e incluso patos: un sitio perfecto donde sentarnos a cotillear mientras el perrito chapotea.

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Lamentablemente, todo lo bueno se acaba

Así que paseamos hasta coger comida para llevar con lo que nos queda del presupuesto en la tarjeta en Tomates Verdes Fritos, (tiene un menú con muchísima variedad, ¡también vegana!; y un local precioso) y nos sentamos a aprovechar las últimas horas en un parque cercano junto al Júcar (que ahora es nuestro segundo río favorito, siempre después del Guadalquivir). Allí, unos niños que corrían en bici se quedaron cautivados con Patas; tanto que, al irnos, nos gritaban “¡Hasta que volváis del pueblo! ¡Hasta noviembre!” Y, quién lo iba a decir, me suena más que apetecible.

Así que ya sabéis: si una amiga os enreda y os saca de vuestra zona de confort con la excusa de que tiene la ayuda perfecta para controlar y dividir los gastos, ¡dejaos liar! Es más: ahora tenéis la ocasión de convertiros en el amigo liante, ¡y por la cara! Echad un ojo a lo que han organizado entre Atrápalo y Correos para que tengáis vuestra propia experiencia sorprendente con una recarga de 50€ en vuestra Tarjeta Correos Prepago MasterCard® y 350€ en un Vale Atrápalo. ¡Que no se diga que los Houdinis somos los únicos vividores!