Teatro del absurdo para tiempos absurdos

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Tanto cursar posgrados, tanto estudiar idiomas y esforzarse por dominar complicados programas informáticos y maquinaria pesada ?algún día hablaremos de las tablas dinámicas del Excel, que es un poco las dos cosas?, para acabar dándote cuenta de que cuando mejor te lo pasas es cuando improvisas.

Cuando te apartas de la rutina y dejas que las cosas sucedan de forma natural. ¿Sin pensar? No, pensando de otra manera.

Porque seguramente no hay nada más pelmazo que ese nivel de autoconciencia en el que uno no puede dejar de pensar en sí mismo, en qué postura adoptar, en dónde poner las manos, en cómo suena nuestra propia voz.

El antídoto es abandonarse al hemisferio derecho, decir en voz alta lo primero que pasa por la cabeza, la escritura automática y el movimiento perpetuo…

Algo parecido, pero con una buena base dramática y muchas tablas, es lo que puede experimentarse en los espectáculos del teatro de la improvisación.

Son obras que el público construye con sus aportaciones e ideas a partir de una propuesta básica.

Así, cada función es diferente, y aunque en principio hay aquello de los tres actos, el desarrollo es siempre espontáneo y sorprendente.

Hay un planteamiento, pero es sólo un punto de partida de infinitas posibilidades. Hay un nudo, pero nadie tiene idea de cómo desanudarlo, y por supuesto, el desenlace es abierto como la vida misma.

Y es que mucho antes que la web 2.0, el teatro ya propiciaba la participación del público con la voluntad de romper la cuarta pared.

El resultado es siempre hilarante, teatro del absurdo para tiempos absurdos. Y dice mucho sobre nuestra psicología colectiva. ¿Quién se atreve a dejarse ir?