Viaje nostálgico y sentimental por los bocadillos de tu vida

Rodrigo Merluzo
El bocadillo es la quintaesencia de la gastronomía. Todos tenemos un vínculo especial con el bocadillo, algo emocional que no se limita simplemente a las rodajas de pan y lo que pongas en medio. Es mucho más que eso.
bocadillos

Muchos de nuestros recuerdos vienen a la mente con un bocadillo entre las manos: en el fútbol con los amigotes, en la montaña con la pareja o en la playa con la familia. Durante nuestra infancia nos enseñó grandes valores como compartir. Y cuando ya éramos un poco más mayorcitos nos ha solucionado más de una cena. El bocadillo nos ha acompañado de muy distintas formas durante todas las etapas de nuestra vida, (y un tataki de atún rojo, por muy bueno que esté, no puede decir lo mismo). Por todas estas razones y muchas más, ha llegado el momento de hacer justicia (poética) con el bocadillo y hacer un repaso sentimental por los bocadillos de tu vida:

Tu primer bocadillo

También conocido como ‘la merienda de los campeones’. En tu día a día, como niño pequeño siempre tenías que comer algo que no te gustaba ni un poco. Pescado, verdura y esas cosas eran el infierno en la Tierra. Te daba el berrinche, todo era caos y destrucción. Pero un bocadillo con una tableta de chocolate dentro te hacía la vida más fácil a ti y a tus padres. Fácil, sencillo y para toda la familia. Un win-win de manual.

El bocadillo del recreo

Por la mañana ibas medio dormido y pasabas por la cocina donde tu madre había puesto en la encimera un bocadillo envuelto en papel de plata. Luego, en el recreo te pasabas media hora para desenvolverlo. Aquello tenía más vueltas que el circuito de Le Mans, y finalmente ahí estaba ‘El Bocata Salchichón’. Bocata de salchichón no. Sin ‘de’. Era ‘El Bocata Salchichón’. Entre las mates y lengua entraba fenómeno, y luego no volvías a pasar hambre hasta la comida. Aunque también es verdad que después tenías un alientazo capaz de espantar a una piara de cerdos.

Tu primer bocadillo en el bar

Tú eras un niñato al que le empezaba a asomar el mostacho, pero ya te creías un tío duro y te querías codear con los mayores. Discutías con tu madre porque te quería preparar un bocadillo y tú, en cambio, lo que querías era dinero para que en el recreo del “Insti” te pudieras bajar al bar a pedir un bocadillo de tortilla de patata y echar un futbolín con los de un curso más. Aquella tortilla de patata sabía a Victoria.

El Bocata Macarra

Empezabas a salir y pasabas más tiempo en la calle que en casa. Tus padres se volvían unos plastas que querían saber siempre dónde estabas. Y cuando andabas por ahí haciendo el idiota, el silbato que marcaba el fin de fiesta era ese pedazo de bocadillo de bacon con queso y salsa barbacoa que te sabía a manjar de dioses. Y a la mañana siguiente, tenías que reconocerte a ti mismo que no estaba tan rico. Simplemente, anoche te hubieras comido una corteza de árbol si le hubieran echado un poco de esa salsa barbacoa.

El Bocadillo De Piso Compartido con Amigos

La época en la que eres más libre (y tienes menos recursos) no podía tener otro bocadillo que no fuera el mítico: ‘Con Todo Encima’. Este es el bocata al que le echabas todo lo que pillabas en la nevera. Con extra de grasas saturadas y una rodaja de locura. A veces estaba ríquísimo y a veces era incomible. Pero siempre divertido y atrevido, como tú.

El Bocadillo Vegetal

Después de la tormenta, siempre llega la calma. Y después de los desfases del pasado, ahora toca cuidarse. Pero no quieres renunciar al placerazo que es comerse un buen bocadillo. Así que de la fusión entre el bocadillo y la ensalada surge el bocadillo vegetal. El híbrido perfecto. Está igual de rico pero mucho más sano. En el fondo, siempre estás tentado de rociarlo con salsa barbacoa y mandarlo todo al carajo, pero la báscula te vigila.

El Hocico Fino

Con el tiempo, el lujo es una necesidad y de pronto estás en esa edad en la que te gusta todo lo que sea etiqueta negra. Te montas en casa tus “momentos gourmet” y te haces unos bocadillos súper elitistas a base de foie de pato a las finas hierbas con reducción de Pedro Ximénez buscando lo que te gusta llamar “el bocado perfecto”. Tranquilo, es sólo una etapa, en unos meses se te pasa la tontería.

El Clásico

Ya estás de vuelta de todo. Empiezas a hablar como tus padres, ponen en la tele Tiburón y dices: “Ya no se hacen películas como las de antes”. Y cuando llega el momento de la cena no te andas con bobadas: Bocadillo de jamón con tomate y ya está. The one and only. El Nino Bravo de los bocadillos. Inimitable e inigualable. Y mientras devoras este bocadillo te das cuenta de que lo mejor de la vida (y de los bocatas) reside en la sencillez y el equilibrio. Ésa es la verdadera sabiduría. Eso, y un buen jamón.

Y así, bocata va, bocata viene, pasan los días, las semanas y finalmente, los años. Sin darte apenas cuenta, tienes un chiquillo al que no le gusta la verdura y harto de berrinches, clavas una tableta de chocolate en un trozo de pan y listo. Su primer bocadillo. Un win-win de manual. Acto seguido, coges una rebanada de pan y tú también te preparas un bocadillo con chocolate. Te lo comes con él disfrutando de vuestro primer momento bocadillíl entre padre e hijo. Cerrando así una etapa y abriendo otra, en lo que el rey de la selva llamaría: ‘el ciclo sin fin’ del bocadillo.