Sospechosos habituales de una calçotada

Òscar Broc
Seguro que has estado en más de una calçotada. Es tiempo de calçots, tiempo de reuniones masivas, risas, baberos, comas etílicos y dedos muy pero que muy pringosos. Si los calçots son una constante de la cultura catalana, también lo son los personajes que se arremolinan a su alrededor en las comilonas. Bienvenido al manicomio.

Si hace unas semanas vivíamos el despertar de la fuerza, en breve nos tocará vivir el despertar del calçot, un fenómeno social que en Catalunya deja la tontería de Kylo Ren y compañía en un simple juego de niños. El calçot es cosa seria para los catalanes. Róbale un calçot a un calçotaire y un avión te rociará con varias toneladas de romesco como si fuera napalm. Hasta que te ahogues. Hasta que te desintegres. No hay otro pueblo en el planeta que le rinda tanta pleitesía a una cebolla. De hecho, los catalanes han construido una subcultura alrededor de esta liliácea ancestral cuya sublimación es la sacrosanta calçotada.

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Para los catalanes, una calçotada es una leyenda, un mito, como la edad de Mari Pau Huguet o el material alienígena del que está hecho el tupé de Núria Feliu. Si tus colegas de Tarragona te invitan a una y no acudes, ten por seguro que habrá navajazos en el hígado. Porque la ceremonia del calçot es algo místico que va más allá de la simple gula. Es una reunión casi espiritual, una bacanal gastronómica única, un ritual pagano que une miserias humanas de toda procedencia y condición.

El calçot, además, es una de las comidas con mayor contenido sexual que existen, después de los espárragos Carretilla, por supuesto. Cogemos una pieza en forma de pene flácido, le quitamos la piel exterior y, diablos, nos la introducimos en la boca con delicadeza y cara devicio. Incluso nos relamemos cuando hemos acabado la faena. Es una actitud feladora que pone al calçot en una Liga muy distinta al resto de los alimentos. Ni siquiera el plátano, para muchos el rey absoluto de la gastrofelación, le supera.

Y si la calçotada es un clásico, sus protagonistas también. Porque, ¿qué sería de una de estaspitanzas sin los arquetipos que dan vida a la mesa? Los calçotaires más veteranos saben cuáles son estos perfiles; freaks que cada año se repiten, dan sentido a esto de coger una cebolla, empaparla de salsa romesco e introducírtela gaznate abajo. Estos son los sospechosos habituales en una calçotada.

El novato

Siempre hay un recién llegado, alguien que no ha probado un calçot en su vida y pierde su virginidad cebollera en una comilona entre amigos. Al novato es fácil distinguirlo. Mientras que los connoisseurs dominan el cimbreo de la cebolla como si fueran miembros de Loco Mía armados con abanicos, el nuevo deleita al respetable con movimientos torpes, gestos antinaturales y una descoordinación que suele acabar con la mofa de los comensales. Por suerte, en una calçotada el cachondeo no es eterno, y después de ver al novato hacer el ridículo más espantoso varias veces, algún veterano muestra algo de compasión y le enseña el ABC de este noble arte.

el novato

El guiri

En una calçotada nunca falta el guiri bobalicón. A veces lo invita alguien; otras, simplemente aparece. En muchas ocasiones el guiri se ha cepillado a la hija del organizador de la calçotada la noche anterior y ha tenido un despertar durillo en una casa que no conoce de nada –estoy recordando cierta escena de “Trainspotting”, pero mejor no comentarla-. Las reglas del calçot dicen que al guiri no hay que meterlo en el corral de las gallinas y tirarle migajas de pan, antes al contrario, hay que incluirle en la mesa y hacerle sentir como una persona con derechos. Es un deleite ver al guiri enfrentado a una cebolla braseada, intentando comprender por qué estos bárbaros envuelven el bulbo en un sucio papel de periódico; preguntándose qué demonios es ese bol de líquido naranja; aterrado ante el despliegue de baberos manchados; sin saber exactamente qué hacer con esa cosa rellena de vino y gaseosa que llaman porrón. Eso sí, en cuanto su cerebro se adapta a tanta novedad, al guiri no lo sacan de delante de la bandeja ni un batallón de brigadas antidisturbios.

la guiri

El sabelotodo

El calçot es un arte, y como en todo arte siempre hay expertos en la materia que disfrutan pavoneándose delante de los demás. El sabelotodo de los calçots es el clásico enteradito que se tira toda la comida hablando de las variedades de calçot, de la temperatura exacta de las brasas, de los grados de inclinación del codo cuando levantas el calçot, de los tejidos necesarios para el babero, de la clase de madera para hacer el caliu… La mejor forma de evitarlo es coger un calcetín usado, metérselo en la boca y sellarle los labios con cinta aislante. Si persiste, haz como Bill Cosby y ponle un pastillita mágica en el vaso de gaseosa.

el listillo

El tapado

Delgadito. Callado. Cabizbajo. No das un euro por ese cretino. Incluso te planteas serias dudas sobre si le van a gustar los calçots. Eso sí, cuando llega la hora de la verdad, el tapado se exhibe y le pinta la cara hasta al cuñado obeso, engullendo una cantidad de calçots que solo King Kong y un Falete post ayuno serían capaces de digerir. No os dejéis engañar por las apariencias, en una calçotada, el perro menos ladrador es el más mordedor.

El Tapado

El cerdaco

Comer calçots es un acto obsceno, como un coito salvaje con la Veneno en una piscina de barro: hablamos del maldito terror de las camisas. Por eso se pone uno el babero e intenta mostrarse grácil en el manejo de tan peligroso artefacto. Bueno, para ser fieles a la verdad, digamos que la prudencia no la practican todos. En una calçotada siempre hay alguien que, poseído por el frenesí de tan delicioso manjar, se deja llevar por el pringue y termina con las comisuras de los labios rociadas de salsa romesco, la camiseta manchada hasta límites inconcebibles, las gafas salpicadas de salsa y los tejanos rebozados de brasas y aceite. Hay gente que sale de las calçotadas como si hubiera pasado la tarde torturando, desollando y descuartizando seres vivos inocentes.

el guarro

El caradura

Una calçotada es un esfuerzo colectivo. Que yo sepa no existe Telecalçot. Unos preparan las brasas, otros envuelven los calçots, los hay que ponen la mesa, el primo alcohólico prepara los gin tonics… Pero en los campos de margaritas siempre encuentras un zurullo, y en el caso que nos ocupa, el zurullo sería el clásico insecto que se las apaña para desparecer durante los minutos de trabajo y volver a la mesa cuando todo está preparado. En las calçotadas es fácil distinguir a estos mamones: suelen esconderse en alguna hamaca o butaca, y en cuanto el olor del caliu hace acto de presencia, un resorte los lanza a la mesa como si no hubiera mañana. Estos tipos son los mismos que cuando toca pagar en un restaurante se van a mear y no salen del váter hasta media hora después. Ratas.

El Caradura

El beodo

Las calçotadas son la antesala de Gandía Shore. Al exigir un tiempo de preparación largo, antes de comer, los vermuts y las cervezas abundan. Corren las copas como si de repente el mundo se hubiera convertido en la boda de Farruquito. Los hay que saben dosificar la ingesta de alcohol previa a la calçotada, conscientes de que un estómago vacío siempre puede jugar malas pasadas, pero siempre hay alguno que no entiende algo tan básico y se hincha a beber copazos antes de comer. Es el mismo que vomita sobre el perro, le llama gorda amargada a la suegra, se pone a cantar como un poseso la canción de Ylenia y termina desmayándose encima de tu padre antes de que lleguen las olivas del aperitivo. Un campeón.

el borracho

La suegra

Siempre hay una suegra en una calçotada y ahí va nuestro último consejo: no se te ocurra robarle un solo calçot a la señora o tendrás que aguantar su mirada asesina, y la llegada de incontables anónimos escritos con letras de la revista Pronto durante varias semanas. Ah y si la tienes por casa, se vengará. Cuando estés a punto de mojar con tu pareja, la suegra irrumpirá en la habitación una y otra vez, convertirá tu vida sexual en un maldito infierno. En serio, no le robes los calçots a la suegra, el chute de adrenalina no compensa cuatro semanas de onanismo al límite.

la suegra

El que viene del after

Siempre hay uno que llega con las pupilas como paellas. Huele a humo. Ha dormido menos que Drácula. Tiene un tic extraño en la mandíbula. El que viene del after es obligatorio en una calçotada. ¿El color de piel? Amarillo. ¿El pelo? Grasiento. Al que viene de after hay que dejarle un tiempo prudencial de adaptación y no ponerle música con ritmos repetitivos. Si se te ocurre poner un CD de house, el tipo comenzará a picar de palmas y a silbar; se despojará de la camiseta, mientras se busca un cigarro detrás de la oreja, y hará unos bailes espasmódicos rarísimos. Un poco de Pablo Alborán y todo solucionado. Por cierto, al que viene del after no le pongas calçots: ya viene comido.

el del after

Ilustraciones de Chini (You are So Overrated).