Sal

Postureo nivel alta mar: más que sirena, besugo

Paula Sabater
Querido Neptuno, he tragado de tus saladas aguas más que tío borracho en Navidad. Es más, creo que he vaciado el mar: está todo en mi pulmón. Pero esa sobrehidratación ha tenido su recompensa: una foto perfecta, con el traje neopreno salvador y una sonrisa de oreja a oreja sosteniendo la tabla de surf como si fuera la sexta integrante de los Beach Boys.

Aloha, ¡estamos en verano!

Hay gente que tiene el envidiado don de adaptarse a cualquier deporte que decida probar. Incluso están aquellos, aún más agraciados por la Madre Naturaleza, que no solo lo hacen bien a la primera, sino que lo practican como si hubieran nacido para ello. Y no en un solo deporte, sino en varios.

En mi caso, no creo ser de esas personas favorecidas en el reparto de destrezas físicas. Evolución lo que se dice evolución, poquita. Me quedé más en la etapa reptil. Aún así, tengo una pulsión irrefrenable a intentar con ahínco los deportes más adversos. Y el surf es uno de ellos.

Desde hace años me tienta. Sentirme una auténtica Beach Girl, una morena falsa californiana y despreocupada, que monta olas como si se subiera a un carrusel.

El surf tiene flow, mística, buena energía. Y, como si eso fuera poco, queridos solteros, tiene rubios y morenos buenorros de piel dorada, sonrisa de anuncio y actitud relajada. No es suficiente motivación, pero ayuda.  Aún así, será lo que menos mirarás una vez entrado al mar.

Es verdad que hay ciertos aliados indiscutibles en el verano de todo surfista de ley, herramientas que tienen una misión clara en esta vida: democratizar la belleza y llevarla a todos. Cualquiera que use unos buenos lentes de sol sube automáticamente 2 o 3 puntos a su belleza de base. Con el traje de neopreno 2 o 3 más.

Pero volvamos al deporte. Empezar algo nuevo siempre es revitalizador.

Mi primera incursión fue en Bakio, en el País Vasco. Un spot surfero cercano a Bilbao, donde alquilan equipo y dan clases. Yo tuve la suerte de ir con un amigo que me enseñó los movimientos básicos sobre la tabla y me prestó una. Pero hay una infinidad de surfcamps que van desde un finde a una semana entera, donde puedes hacer yoga, vida sana y hasta aprender inglés. Un buen instructor es importante para quitar el miedo y disfrutar de las olas sin frustración. Porque te caerás y mucho. ¡Yo todavía estoy intentando ponerme de pie y mantenerme! (cuando dije que me había quedado en fase reptil no era broma).

Aunque debo admitir que no es una actividad fácil, lo bueno es que además del cuerpo ejercitas la paciencia. Si lo piensas, puedes estar sobre una ola unos… ¿40, 60 segundos? Y una buena ola sobre la que poder montarse puede tardar en llegar unos… 5 minutos, 50 o 5 segundos. Al final del día, en una hora sobre la tabla, quizá solo has montado 10 olas con suerte.

O sea: paciencia al esperar. Paciencia al subirse. Paciencia al caerse y volver a remar.

Y remar en la tabla contra corriente después de la quinta vez que Neptuno demostró su furia contigo, te hace replantear tu existencia, la existencia de la madre de tu instructor y de toda su parentela. Pero no pasa nada, replantearse cosas siempre está bien. Ooommm, paciencia otra vez.

Para los que no se animan con el surf, una buena opción es probar el paddle surf. En mi humilde experiencia no es tan divertido como el primero, pero el contacto con el agua es igual de motivador. Hay buenas opciones por un día, al menos para empezar. La Barceloneta es un gran lugar para hacer el bautizo.

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Porque no importa cuánto sepas, entrar al mar con la tabla te hace sentir de vacaciones automáticamente, feliz. La energía del agua es suprema. Y como fresa del postre: no necesitarás correr en cámara lenta hacia el mar al mejor estilo “Vigilantes de la playa” ni tener el mejor bañador de la temporada para tener sexapil este verano, solo con tu tabla bajo el brazo ya tendrás de sobra.

#Bewater my friend, es el mejor estado.