Manual de supervivencia del freelance

Alberto Piernas
La primera vez que mencioné a alguien la palabra “freelance” me preguntó si se trataba de una nueva marca de congelados. Le expliqué que consistía en trabajar desde casa y de forma independiente. “¿Cómo esas personas que pegan patitos por encargo en bolígrafos para bodas?”. “No exactamente. Vives de escribir, diseñar o programar en Internet por tu cuenta”. “¡Ah! ¡Mola!" Pero en su cabeza, ser banquero, dentista o gogó de Benidorm Palace seguía siendo un trabajo más realista.

Por suerte, la gente cada vez abraza más la idea de trabajar en Internet para unos clientes cuyos blogs, webs o redes sociales buscan su sitio en la gran nube. Un estilo de vida lleno de satisfacciones y pequeños matices tontos. O bueno, juzgad vosotros mismos.

¡Oh soledad!

Me levanto a las 8 de la mañana. Mientras la cafetera (de 6 tazas) comienza a arder, consulto las notificaciones de Gmail y LinkedIn que puedan cambiarme la vida. Por la ventanilla del cuarto de baño se adivina un rayo de sol, pero no es para mí. Tomo una primera taza y fumo un cigarro que apago en un muffin, como hacía Cruella de Vil.

Me gustaría ponerme fragancia de Calvin Klein para ir al trabajo y estrenar esa última camiseta de Primark, pero mi outfit es el mismo pijama de siempre. Y mientras voy quitándole las pelusas fumo otro piti, y otro, hasta que salgo al balcón en busca de la vitamina D que no tendré durante todo el día. En el balcón de al lado, una mujer mayor asoma la cabeza como una gárgola. “¿Algo interesante?” “Lo de siempre hijo”. Y sigue contando los coches que pasan por la carretera. También gruñe al ver pasar a una vecina.

Venga, abramos Chrome, consultemos Calendar, demos rienda suelta a la imaginación. 1, 2, 3… 14.  Comienza otro día en Free-la-lance Land, la tierra de las oportunidades, la de esa gran satisfacción que supone trabajar en el salón de tu casa. Aunque solo salga a la calle para hacer running a las nueve de la noche mientras Fatboy Slim suena en mis cascos.

La música es el perfecto barómetro que mide la evolución de los días: los lunes comienzo con reggae, los martes suena jazz y los miércoles la cosa ya se vuelve más chill out. El jueves llega la música clásica, con especial predilección por los violines. Si en algún momento reproduzco The Scientist de Coldplay ya será señal de debacle absoluta.

Y de repente, suena el teléfono móvil. ¡Vida! Gente! Mi voz ronca al contestar me recuerda que llevo todo el día sin hablar. Al otro lado me contesta una teleoperadora que quiere regalarme 6 GB de Internet sin mencionar la cláusula de la permanencia. Pero a mí me da igual; yo le contesto animado y empiezo a escucharla, a preguntarle. Ella está extrañada, porque nunca nadie le ha insistido tanto en cuanto a promociones. “¿Y no tienes alguna más? No sé, háblame de ti. ¿Qué opinas de la tensión política en Eritrea?” Es mi intento desesperado por seguir escuchando una voz humana que rompa el silencio más allá del hilo musical de Spotify.

Lección 1existen bibliotecas y bares muy cucos con conexión a Internet y camareros simpáticos. Si vas a un espacio de co-working, además de conocer gente hasta podrás tantear proyectos con futuros colaboradores.

Hola incertidumbre

Alguien dijo una vez que el freelance, como el emprendedor o ese dueño de la floristería de la esquina, deben aprender a vivir con incertidumbre. Y a mí la incertidumbre siempre me pareció de lo peorcito de este mundo. Peor incluso que la decepción o un chándal con tacones. Pero aún así, por curioso que parezca, con el paso del tiempo te acostumbras. Incluso le ves un puntito épico a la vida que no te dan las tarjetas para fichar cada mañana en un trabajo corriente.

Sí, sabemos que los submundos de Internet a veces pueden ser más efímeros que tu última Story. Que quizás el próximo mes te toque vivir a base de arroz blanco o tengas que ir a una autopista a enseñar una cacha. Pero nadie dijo que fuera fácil.

Lección 2: contenta a tus primeros clientes y nunca te arrinconarán. Como le dijeron a Baby en ‘Dirty Dancing’.

La incertidumbre muchas veces nos impulsa a evolucionar, a que lo que más tememos que ocurra no lo haga. Quizás sería mejor trabajar allá afuera, pero posiblemente eches de menos los tiempos en que salías a comprar el pan a las doce de la mañana y podías alargar la siesta quince minutos más.

Lección 3: haz de la incertidumbre tu amiga y ten un plan por cada letra del abecedario.

Ser flexible como el junco

Elena Anaya ya lo demostró en ‘La piel que habito’: el yoga es un buen aliado para paliar la soledad entre cuatro paredes y relajar una mente llena de información. Las disciplinas orientales suponen un refugio más (Lección 4).  Y realizar la postura del arado en mitad del salón, al igual que saltar a la comba o cualquier otro tipo de ejercicio, es esencial para liberar tensiones y afrontar la rutina.  

Flexibilidad, esa palabra que la vida del freelance también exige de otra forma. La misma que te permita ser multitarea, contentar a tus clientes y, por supuesto, estar siempre a la altura. Aunque ello suponga tener que irte a un cyber a mitad de un funeral o retocar un diseño en tu noche de bodas.

Créditos: License CC0

¿Tan malo es todo?, os preguntaréis a estas alturas. No, tranquilos, que hay muchas ventajas más allá de la soledad y los ceniceros llenos. De hecho, trabajar desde Colombia o una masia en los Pirineos, tomar café con amigos entre encargos o encontrar tu lugar en la selva de Internet tampoco está nada mal.

Porque trabajar de lo que te gusta, al igual que otros sueños, siempre tiene un precio.

Y no solo el que tienes que pagar a Hacienda.