Hay un Gijón para cada viajero (incluidas familias políticas)

Santiago D. Torrado 4 minutos
Que tu familia conozca a la familia de tu pareja es todo un riesgo. Si encima sucede en un viaje ya tienes todas las papeletas para que la relación se vaya al garete. Por suerte, elegimos el mejor destino para hacerlo: Gijón (o Xixón).

Parecía imposible que aquello fuera a salir bien. Yo vi la marabunta y me eché a temblar. Ya sabéis: saludos cordiales, dos besos por aquí y dos besos por allá, todo el mundo encantado de conocerse… Se avecinaban días duros para la relación, con una prueba más exigente que desayunar un cachopo de kilo y medio.

Ya sabéis cómo es esto de viajar en grandes grupos: siempre hay problemas para acabar satisfaciendo a todo el mundo. Pero Gijón estuvo a la altura. Tiene alternativas para cada tipo de viajero y ayudó enormemente a que nuestras familias se llevaran de maravilla.

La abuela que madruga para ir a la playa

En el viaje no faltó aquella entrañable abuela que aparece en el desayuno del hotel con la silla plegable atada al hombro. Que come vorazmente cinco magdalenas por minuto y que a las ocho de la mañana está como un clavo en la playa -aún vacía- para calcular meticulosamente la perpendicularidad del sol para colocar su silla.

Gijón tiene multitud de playas, como las de San Lorenzo o Poniente (más urbanas) o las de Serín o Estaño (más rurales), entre otras. Siempre habrá sitio para la abuela más exigente.

El cuñado deportista y sostenible

A mí me tocó el cuñado friki que se controla el ritmo cardíaco en su pulsómetro de última generación cada tres minutos. Yo le he visto calentar hasta para sacar al perro y hacer cien flexiones cuando solamente quería atarse los cordones. Quiso hacer surf, bodyboard y parapente en un solo día. Hay actividades de sobra para que incluso un tipo como él acabase en la cama del hotel hecho polvo.

También suele ser muy típico de estas personas montar en cólera si por equivocación tiras un plástico en la basura orgánica.  Está obsesionado con la calidad del aire, el turismo sostenible y todo lo que tenga que ver con la protección del medio ambiente. La ciudad fue toda una experiencia en ese sentido.  

Mi hermana, Chomsky y Magic Johnson

Yo no sé por qué lo llamó Magic Johnson, si se trata de un minúsculo bichón maltés. El caso es que no puede irse a ningún lado sin él, y claro, a veces supone un problema. El perro en el restaurante, el perro en el esteticien, el perro en el hotel… En Gijón pudo llevar a Magic Johnson a casi todos lados, incluso a la playa. Una maravilla.  

Y cuando no iba con el perro en un brazo, iba con un libro de Chomsky en el otro. Mi hermana es una de esas personas apasionadas de la cultura y con una gran imaginación. La última vez que fuimos a un museo estuvo un mes pensando que de mayor quería ser Cleopatra. Después de hacer varias actividades culturales y a visitar sitios tan sorprendentes como el Museo del Ferrocarril, las Termas Romanas, la Casa Natal de Jovellanos o Laboral Ciudad de la Cultura, tuve la curiosidad de saber cuál sería su próximo propósito en la vida. ¿Maquinista? ¿Octavio Augusto? ¿Político ilustrado del siglo XVIII?  Pues no. Quería ser gijonesa.

El primo festivalero

Luego está el típico que no se pierde una fiesta. En este caso fue el primo de mi novia, que si algo tiene en común con la abuela es que él también llegaba a la playa a las ocho de la mañana, pero después de alargar la fiesta.

Gijón está lleno de bares con música en vivo, discotecas y pubs. Fue a todos los festivales que pudo, y hay muchos: Metrópoli, la Semana Negra, el Gijón Sound Festival, el LEV. Siempre recuerda –no todo, sigue presentando muchas lagunas- aquel fantástico viaje a esa tierra del Cantábrico… “¿cómo decías que se llamaba ese sitio con tantos festivales?” Ah, ¡la sidra! Pero a continuación dice: “Tenemos que volver para los conciertos de la Semana Grande”. De eso sí se acuerda siempre.

Terrazas, turismo Xixón fotografías Xurde Margaride

Viajar en familia

Quizá me replantearía mi absoluta reticencia a ser padre si viviera en Gijón. Esos pequeños gremlins son capaces de enamorar a cualquiera cuando se divierten. Quién lo diría. Yo, que soy de esos que en cuanto ven a un niño cruzan de acera, todo el día a cuestas con mis sobrinos. Lo pasaron pipa. Todo el día de arriba hacia abajo haciendo planes con ellos. Acuario, Botánico, de merendero, con la bici por toda la ciudad… Eso sí, no hay cuñado deportista que siga su ritmo.

Mi madre la zen

Y por fin llegamos a mi madre, la “yerbas” de la familia. No hay destino en el que no se acabe perdiendo entre ríos, playas, valles o montañas. Esta vez acabó encantada con los rincones que hay alrededor del núcleo urbano: Cabueñes, Fresno, Granda, La Pedrera, Deva… Entornos naturales que están solo a cinco minutos de la ciudad y donde hay bosques de sobra para que tu querida madre se pierda un rato y vuelva al hotel sintiéndose una chamana amazónica.

© Turismo de Gijón

Un inesperado final feliz

Por la noches, todos nos juntábamos para cenar y ponernos ciegos a bogavantes y percebes, como colofón a tan extraordinarios días. Si creo que algo tenemos todos en común es que nos gusta comer bien. Un día nos íbamos de sidrería, otro de restaurante vanguardista, otro a probar fabada a algún sitio de comida tradicional… Y la sidra, cómo no. Nos enamoramos de ella cuando visitamos uno de los llagares de la ciudad, donde nos explicaron cómo se elabora… ¡y hasta aprendimos a escanciar!

Contra todo pronóstico, nuestra familia se llevó de maravilla. Era un milagro. Todos estaban felices. Tuve la ligera impresión de que en cualquier otra ciudad todo hubiera sido una catástrofe. Incluso para mi suegro, que va en silla de ruedas y a veces le incomoda viajar si la ciudad no es accesible, pero no tuvo ningún tipo de problema.

Solo esta ciudad asturiana es capaz de conciliar a familias tan “dispares” como las nuestras y ofrecer variedad para todo tipo de viajeros. Así que ya sabes a qué destino tienes que ir si algún día tu familia y la de tu pareja desean conocerse.

Gracias, Gijón, por haber salvado mi relación.