Gastroguía para amantes del riesgo culinario

Sergi Rodríguez 3 minutos
Hoy le has preguntado a tu jefa si está de tres meses o es que no se puede resistir a la bollería industrial, y llevas una semana apurando el último rollo de papel higiénico que te queda en el baño. Lo tuyo es vivir al límite, y con la comida eres igual: en tu vida has mirado la fecha de caducidad de un alimento, la sección de ultraprocesados del supermercado es tu segundo hogar y siempre has creído que lo del anisakis es una leyenda de los creadores de ‘La Chica de la Curva’. Por eso, tengo para ti la ruta gastroturística de riesgo perfecta. Prepara el pasaporte y un cargamento de protectores estomacales, deja escritas tus últimas voluntades (por si acaso)… ¡y a viajar!

Eres el Calleja de la exploración gastronómica de alto voltaje. Tu pasión por la comida “extrema” tiene dos culpables: Indiana Jones y tu madre. Al primero le debes las ganas de probar platos exóticos como el sorbete de sesos de mono o la sopa de ojos; a tu progenitora le reconoces el mérito de haber forzado los límites de tu paladar con el bocadillo de roquefort y mantequilla o la sopa de merluza con mayonesa.

Quizás por culpa de esta ecléctica educación sensorial estás demandando emociones nutritivas más potentes. Lo que te propongo va un paso más allá: ¿y si el próximo bocado pudiera ser el último de tu vida? ¿Y si alguno de los alimentos que te voy a presentar tuviese tantas posibilidades de excitar tus papilas gustativas como de enviarte al cementerio? Si estás salivando cual perro de Pavlov, sigue leyendo.

 Camarero, hay una mosca… ¡dentro de mi queso!

La primera parada de esta ruta te llevará hasta la italiana isla de Cerdeña, donde con ¿suerte? podrás probar el casu marzu. Tienes que saber que este queso pestilente está más prohibido que llevarte un gremlin a un spa. Para agenciarte con uno en el mercado negro tendrás que usar tus mejores dotes de infiltración ‒y el italiano que aprendiste escuchando a Ramazzotti‒. Hazte también con unas gafas protectoras: las larvas vivas de mosca que habitan en este queso, y que le dan su aspecto y sabor, pueden saltar hasta tus ojos y por ellos entrar en tu cuerpo.

También se te pueden colar a través del sistema digestivo, hecho que está detrás de su veto. Y es que 9 de cada 10 doctores (el décimo es sospechosamente parecido a Txumari Alfaro) recomiendan no ingerir insectos vivos, por aquello de “lo que pueda ser”. ¿Llenarte el buche de larvas juguetonas no es suficiente para saciar tu hambre de emociones fuertes? A lo mejor lo que necesitas es darte una vuelta por Asia.

El mar lo carga el Diablo

Primera parada (y tal vez última) de la gira asiática: Japón. Si cuando descubriste el wasabi te pareció que tu paladar se convertía en un after ibicenco en pleno agosto, cuando degustes el fugu tendrás la sensación de que el continuo espacio-tiempo implosiona en tu boca. Eso sí: tendrás que localizar un restaurante con la licencia que se requiere para manipular este pez globo, un permiso que los cocineros pueden tardar más en conseguir que Sergio Ramos el First Certificate.

La culpa la tiene la tetrodoxina, el veneno que la criatura almacena en hígado, piel y ovarios y que si, por un casual, llegara a tu plato te podría sentar de pena. Vaya, que tus músculos respiratorios se paralizarían y morirías asfixiado, algo que la comunidad científica en pleno califica como “mazo chunga”. Vale, es verdad: algunos piscicultores han desarrollado una variedad de fugu que no contiene la toxina, pero como suele decir tu madre, “esos inventos modernos no saben a nada”.

Para seguir tentando a la suerte vete a Corea (del Sur; ojo con equivocarse de país) y pídete pulpo. Pero no te lo esperes en la clásica versión gallega; si pides sannakji (allí al pulpo le llaman así, cosas de los coreanos) te servirán un octópodo crudo… ¡y vivo! El peligro de este plato está en que, si no lo masticas a conciencia, los tentáculos del bichejo se te pueden enganchar en el esófago hasta ahogarte. ¿Recuerdas al poco simpático extraterrestre de ‘Alien’? Pues lo mismo, pero sin Sigourney Weaver dispuesta a echarte una mano. Así que, antes de darle el primer mordisco, asegúrate de que haya un médico en la sala.

Buffet libre… de seguridad alimentaria

Si todavía no te han empaquetado en una bolsa tamaño cuerpo de las que usan los forenses de CSI es que sigues vivito, coleando… y con hambre de más. Sugerencias: degusta en China las almejas de sangre, que almacenan una gran cantidad de virus y bacterias dispuestas a quedarse de okupas en tu organismo; deléitate en Egipto con el fesikh, un tradicional pescado fermentado que cada año envía a unos cuantos humanos a la UCI; atrévete en Namibia con la rana toro, que no tiene astas pero sí una toxina que te puede dejar más hecho polvo que una cornada.

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Y si todo eso te parece poco arriesgado siempre puedes regresar y montarte una gastroruta de kilómetro 0 por la geografía patria. Porque… ¿acaso hay algo más peligroso que pedirse una fritanga en según qué bar de polígono? ¿Podrán tolerar tus arterias el colesterol que espera, agazapado, dentro de ese suculento bocadillo de chorizo? ¿Existe mayor temeridad que la ensaladilla rusa de aquel restaurante donde ni Chicote se atrevería a entrar? Ahora que sabes dónde convertir tus ágapes en una ruleta rusa gastronómica, seguro que ya no le vas a temer a ese tupper que lleva desde agosto en tu nevera…