El Reino de los Sueños está en Aragón, y sabe divinamente

Sr. Azul
A veces uno se siente como un Héroe del Silencio. ¿Rockero? ¿Tímido? No: Aragonés. Y eso me pasa de vez en cuando. Cuando quiero rebuscar en las raíces de mi familia, me dejo seducir por la llamada de la tierra y me lanzo a la aventura irrepetible de disfrutar de la que también es mi tierra: Aragón.

Cuando uno pisa tierras aragonesas, entra en algo parecido a una historia de Tolkien: con el río Aragón, que todo lo parte y todo lo inunda cuando a él le parece. Pero no todo es Tierra Media, ni agua ni ribera. Ni todo es secano, desierto Monegro, viñedos, olivos, huertas,nieve, dulces y paisaje. Aunque todo eso sí sea Aragón. Lo que Aragón es, realmente, es el Reino de los Sueños.

El vals aragonés

La experiencia aragonesa te invita a unirte a su tierra en un vals acompasado, como si cantases y bailases Escuela de Calor al ritmo de los trazos de Goya. Es decir, una contradicción maravillosa construida de matices que hace de ésta una tierra mágica que, además de aventuras, deportes, cultura y más personajes ilustres de los que nadie sabrá nunca, es poseedora de una gastronomía que obliga a conocerla para poder disfrutarla sin límites.

No se puede hablar de Aragón sin mencionar, en primer lugar, Teruel. Que existe. Lo juro. Y no sólo existe, sino que tiene un jamón que te hace perder la cabeza. Y ya sea paseando por la calle Abadía, o visitando la iglesia de Santa María, o la Torre del Salvador, es obligada parada cualquiera de los bares y restaurantes que ofrecen el mejor jamón de la zona. Ya tendréis tiempo después de ir a Dinópolis. 

Vino con mayúsculas, subrayado y negrita

El jamón, como buen amigo que es, se ha de acompañar con algo. Y ese algo se encuentra en el Somontano o en el Campo de Borja, por ejemplo. Y se llama VINO. Con mayúsculas, subrayado y negrita. Yo, que no soy un experto en vino y que sólo bebo lo que me gusta, he de decir que sí, también he pecado en mis visitas a las bodegas aragonesas y he puesto cara de pez a lo Mario Vaquerizo pero en versión tipo intenso, he analizado algo que creía que era la lágrima en la copa, y he hecho gárgaras con cara de tortuga para intentar encontrar esos taninos especiales o identificar la garnacha en el oeste, o las virtudes del Somontano en Huesca, o las sensaciones del vino de Calatayud o el de Cariñena y su sabor a sur. A pesar de mi fracaso en la identificación de los matices vinícolas, sólo puedo concluir una cosa: el vino en Aragón está bueno. Muy bueno. Y debe consumirse con moderación.

Pero, para el caso de que os pase como a mí, que te vienes arriba compitiendo a garnachazo limpio con algún oriundo (teniendo yo, valiente, todas las de perder) lo ideal es acudir a los solucionadores aragoneses de desmanes, una especie de Alka Seltzer pero en sabroso y muy natural: las migas aragonesas, con huevo frito y uva, que recomponen el cuerpo y el espíritu del más pintado. Y si cruzáis Barbastro, Calatayud o si os llegáis incluso al incomparable Monasterio de Piedra, podréis pegaros un homenaje a base de borraja, una verdura exquisita fruto de estas tierras que hará las delicias de cualquier paladar. Para que luego digan que no nos cuidamos.

Una foto publicada por DivinosSabores (@divinossabores) el 4 de Oct de 2016 a la(s) 1:38 PDT

No sólo de atiborrarse vive el hombre

Todos, sí, todos, en ocasiones decidimos ponernos estupendos, dejarnos la barba más larga, o un jersey de cuello alto y gafas de pasta sin graduar. En esos días en que nos va lo sofisticado y el cine de Buñuel, lo recomendable es irse a la gran ciudad: Zaragoza. En Zaragoza lo primero que hay que hacer es saludar a la Pilarica y evitar (si se puede, cosa casi imposible) caer en la trampa de llevarse esos enormes y pétreos dulces llamados Adoquines. Inevitablemente cargado con el dichoso caramelo a cuestas, pero manteniendo tu porte y tu dignidad, lo suyo es caminar firmemente hacia la zona de “el tubo”: centro histórico de Zaragoza en el que se respira y se siente la Historia, mientras saboreas suculentas tapas (tapas éstas que sí merecen pasar a la historia).

Aunque si la Historia no es lo tuyo, o ese día te has levantado algo más comercial, como más de Amaral que de Juan Perro, prueba con la Plaza de España. Ahí, imponente, el emperador César Augusto te da la bienvenida al gastromercado de Puerta Cinegia Gastronómica para que puedas degustar en un mismo sitio los mejores platos de reconocidos restauradores de la ciudad. Y tan reconocidos como amables. Como todos los aragoneses.

Consejo: deja hueco para la repostería

Con el incomparable sabor del aceite del Bajo Aragón aún en la boca (delicioso) y a pesar del empacho que podamos llevar ya a cuestas, me niego a acabar este periplo gastronómico-turístico-legendario sin mencionar la deliciosa repostería tradicional, cuyo clímax se alcanza al probar las típicas rosquillas con toque de anís. Si además tenemos la suerte de visitar Aragón durante las fiestas de Navidad, es obligatorio hacerse con una caja enorme de guirlache clásico. Advertencia: es adictivo y no está recomendado para todas las dentaduras.

Una foto publicada por Torrons Fèlix (@torronsfelix) el 21 de Feb de 2016 a la(s) 12:16 PST

En fin, que Aragón hay que vivirlo, disfrutarlo y conocerlo. Aragón es Goya, María Moliner, Carmen París. También es Boquiñeni, Lanaja o Jaca. Y uno aquí se siente como en casa y, ¿dónde se está mejor que en casa?