Cata de vinos para dummies

Henar Ortega 3 minutos
Asumámoslo: llegados los treintaytantos a todos nos da un no-sé-qué-que-qué-sé-yo que empezamos a interesarnos por el vino. Nos gustaba, sí. Pero ahora va más allá del “me sabe rico”. La cosa se pone ‘seria’, queremos ‘descubrir’ cosas nuevas. Disfrutamos, ‘nos divertimos’. Vale, sí, pero en realidad no tenemos ni pajolera idea de cómo apreciarlo. ¿Queréis un consejo? Es mejor no hacerse el esnob, ni simular que se está de vuelta de todo, o tirar de frases de oídas (¿por qué están siempre tan manidas?). He venido a solucionar todas las incógnitas: os traigo un poquito de sabiduría Houdini para que consigáis vuestra licencia para catar.

El maridaje es el nuevo botellón (para los treintañeros). Sí sí. Nunca voy al ritmo, no soy capaz. Copas casi llenas pueblan mi zona de la mesa en cualquier menú degustación maridado por el que me dejo caer. Eso sí: qué grata sensación la de ir probando cada vino, encontrando sus sabores ocultos, identificando esas notas que los hace idóneos para determinado tipo de comida o de momento. Vale, me dicen por el pinganillo que hay algunos lectores que os atascáis en este punto. ¿Que en qué fijarse para localizar todos esos matices?

 

Espera, todavía no se bebe

Lo primero es la fase visual. Sí, coger la copa y mirarla. Observar su contenido, su limpidez, color, tonalidad principal y reflejos. Ahí podéis darle rienda suelta a vuestra paleta de colores, qué se yo: si estáis con un vino tinto, pues podéis hablar de rojo granate, cereza, rubí, teja, violáceo, púrpura… y cuantos se os ocurran al mirarlo. Aquí no hay límites: sentíos libres de comentar lo que veáis tanto en el grueso del líquido como en el ribete, ya que pueden ser distintos tonos, ¡de esto va lo de hablar de vinos!

Otras cosas a observar son la efervescencia en el caso de los espumosos, y la fluidez, es decir, la densidad. Se percibe muy bien a través de la lágrima. ¿Sabéis cuando alguien menea su copa de vino haciendo al vino “recorrer” sus paredes? No se está haciendo el interesante, sino que está mirando la lágrima, ese rastro de vino impregnado en el vidrio. Cuanto más tarda en formarse, más denso es.

Aquí huele a zorro (y yo no he sido)

Llegamos al segundo paso, la fase olfativa. Ojo que es muy importante, unas 10.000 veces más sensible que el gusto, que se dice pronto. Aquí podremos comprobar si huele mucho o poco, lo que llaman intensidad aromática. También la persistencia de este olor, si dura mucho o dura poco, y su franqueza, es decir, la pureza del olor. Si os huele a algo raro, que todo puede ser, y no queréis entrar en detalles -ufff es que huele a huevos podridos o a “cerrado”, y menudo papelón soltar este comentario así tal cual-, podéis decir que es un vino “poco franco”.

Porque además hay una norma no escrita en los vinos, así muy benevolente ella: si no tenéis nada bueno que decir de un vino, no digáis nada. Lo dijo el mejor sumiller del mundo en 2016. Un dato bien cuñao que podéis sacar a colación en las conversaciones cuando encaje. Mi aportación al respecto es que habléis de su falta de franqueza y asunto acabado.

 

Dicho lo cual, os cuento también que las hojas de cata suelen incluir una serie de notas en nariz que os pueden matar de un ataque de risa. Juro que en las fichas de cata apuntan la opción de olor a zorro, a sudor de caballo, a cuadra, a sotobosque, a croissant o a ratón. Os podéis imaginar el ataque de risa por estupefacción que me dio durante el estupendo curso de cata que hice en Bodegas Santa Cecilia, aquí en Madrid.

¿Piensas que el “retrogusto” es un gusto vintage? Pues sigue leyendo, anda

Comentado todo esto (también puede oleros a frambuesa, o a tomillo, o a cosas normales y ricas, ¿eh?) es momento de pasar a la fase que más os gusta, ¡pillines!: probarlo. El gusto es el sentido que antes se satura, y en él intervienen sensaciones más allá del sabor puro y duro. Al probar un vino fijaos en su suavidad o astringencia. ¿Cómo os deja la boca? Si intentáis pasar la lengua por los dientes y parece que hay algo que os frena, eso es que es muy astringente. Notaréis también su calidez o frescura, dependiendo del grado alcohólico y de la acidez.

 

Créditos: License CCO

El sabor es harina de otro costal. Lo primero que notaremos será la “entrada en boca”. Tendrán una “entrada amable” los vinos que despierten la sensibilidad de la punta de la lengua -lo dulce-, o que sintáis muy equilibrados en los lados -acidez-. Una vez bebido hay que andar atentos a la persistencia, es decir, la duración de ese sabor en boca, y al que para mí es el más interesante de los conceptos: el retrogusto. Probad a beber sorbiendo aire a la vez y a expulsar por la boca ese aire una vez tragado. Es impresionante lo que puede sorprender esta práctica tan sencilla, tras la que podéis acabar comentando ese sabor a cuero, trufa, mantequilla o albaricoque que os ha surgido en el retrogusto.

Más allá de las “Rs”: en la uva y el proceso encontrarás tus gustos

Hay muchos tipos de aficionado al vino. Dos clásicos son los fieles a “las 4 Rs” (Ribera, Rioja, Rías Baixas y Rueda); y los que desdeñan estas “Rs” porque sí, en busca de “algo nuevo y diferente”. Todo tiene su lugar y su cabida. Y, sobre todo, ¡a lo mejor empezáis a elegir vino mejor cuando identifiquéis qué uva es la que os gusta más!

Lo mismo ocurre con lo de los crianzas o los reservas… Como son más caros, nuestros cerebros nos dicen que por eso seguro que son mejores. Pero, ¿qué tal si nos detenemos un poco a explorar qué tiempos de maceración y fermentación nos agradan más? En mi caso particular os digo que desde que descubrí que mis uvas favoritas son la tempranillo y la garnacha, y que me gustan los vinos jóvenes por su ligereza y notas frescas, mi forma de disfrutar y ahondar en el vino ha cambiado por completo.

 

Disfrutar aprendiendo del vino

No soy yo mucho de temas técnicos, pero hay cosas apasionantes en la fabricación del vino y en los procesos de envejecimiento. Pequeñas virguerías que aplica cada viticultor y que se prestan a ser percibidas a través de los pasos descritos. Piruetillas de las que resulta ridículo hablar sin conocer, y que siempre recomiendo averiguar realizando un curso de cata. No hace falta que sea extensísimo, pero sí que aporte los pilares básicos. Los hay de todo tipo y duración, y doy fe de que nunca jamás aprendisteis de forma más amena y divertida, vino en mano.

 

¿Qué no es saber de vinos, entonces? Ponerse a mirar la etiqueta con aprobación/desaprobación sin tener ni cochina idea. Levantar el dedo meñique al agarrar la copa (¿por qué?, ¿POR QUÉ? Es muy frecuente, fijaos). Hacerse el entendido. Pedirse un reserva “porque sí, porque es mejor”. ¡O no dejar en paz a los que prefieren pedirse una birra! El vino es una experiencia altamente disfrutable y no hace falta “cuñadizarse” y protagonizar escenitas como esta de los siempre superlativos Pantomima Full

Ale, ya sabéis algunas cosas más sobre este líquido elemento. ¡A disfrutarlo!