Basilea, Ginebra y Zúrich: la Suiza más boutique

Sergi Rodríguez 4 minutos
Es pensar en Suiza y la cabeza se te llena de quesos agujereados, de relojes precisos, de chocolatinas triangulares, de navajas multiusos, de cumbres nevadas. Pero más allá de los tópicos, el país alpino esconde un trío ganador con el que tus vacaciones son una apuesta segura.

Miles y miles de vacas no pueden estar equivocadas: Suiza es un paraíso enclavado en plena Europa. Aunque el país que vio crecer a Heidi y Federer ofrece más tesoros a sus visitantes que pueblecitos de postal con prados interminables enmarcados en cordilleras majestuosas. Por ejemplo: ¿sabías que en Basilea puedes tomarte una copa en un local con vistas a Alemania y Francia? ¿Que en Ginebra puedes admirar la fuente de agua más alta del continente? ¿O que en Zúrich puedes pasarte horas en un museo dedicado al fútbol? Y eso es solo un pellizco de lo que te vas a encontrar en esas tres (relativas) desconocidas que tienes a un salto de avión.

Basilea: arte y sol

En Basilea hay casi tantos museos como agujeros en un Emmental: unos 40 en poco más de 37 km2, de ahí su título de Capital Cultural de Suiza. Y además son de lo más hospitalarios: por alojarte en uno de sus hoteles te darán una BaselCard, con la que además de tener un 50 % de descuento en las entradas podrás usar gratuitamente el transporte público. Con ella en el bolsillo, prepárate para visitar la imprescindible Fondation Beyeler, donde podrás admirar picassos, cézannes y monets entre sus más de 200 obras; el Spielzeug Welten Museum, con su impresionante colección de ositos de peluche y muñecas repartidas en cuatro plantas; o el Vitra Design Museum, dedicado al diseño industrial y con un edificio diseñado por Frank Gehry. Tres centros de temáticas muy distintas para que veas que en esta ciudad tocan todos los palos.

Pero como el arte llena el alma pero no el estómago, necesitarás comer. Opciones: puedes probar las delicias de la cocina helvética en locales como el Lokami, de fusión suizo-nipona; el Acqua, un italiano que está de moda; o, si tienes ahorros, en el Cheval Blanc by Peter Knogl, el único de la ciudad con tres estrellas Michelin.

Por cierto, Basilea es una ciudad de clima mediterráneo que disfruta de unos 300 días de sol al año. Te lo digo para que no olvides meter en tu maleta un bañador (estiloso, que estás en Suiza).Te hará falta para tostarte a orillas del Rin o para darte un chapuzón en sus aguas, justo antes de tomarte una cerveza en alguna de las muchas terrazas de verano que abundan en el recorrido del río.

También te lo tendrás que poner para darte un homenaje en el Sole Uno, un centro de wellness con piscina exterior de burbujas y otra de agua salada, o en el Dampfbad Basel, un oasis urbano que te transportará, sin moverte de Basilea, a los rincones más exóticos. Para terminar on fire un día tan intenso, nada mejor que una copa y unos bailoteos en el Bar Rouge, a 105 metros de altura y desde el que puedes ver las vecinas (y cercanas) Francia y Alemania.

Ginebra: agua y relojes

Lo primero que te sorprenderá de Ginebra, incluso desde la ventanilla del avión, es el impresionante Jet d’Eau: un chorrazo de agua de más de 140 metros de altura que habla mucho de la relación de esta ciudad con el líquido elemento. Porque sí, aquí también saben disfrutar de la combinación H2O+solazo, y por eso te hará falta el atuendo playero para gozar del Lago Leman en las muchas playas (algunas incluso con arena) que abundan en su perímetro, y para entregarte a actividades acuáticas como el wakeboard, el stand up paddle o la navegación en kayak.

Una vez seco y mudado, Ginebra te ofrece mucho más. ¿Que quieres visitar el casco antiguo más grande de una urbe suiza? Ve a la ciudad vieja, dominada por la Catedral de Saint-Pierre y a cuya torre podrás subir si te atreves con sus 157 escalones. ¿Que te apetece deleitarte con la típica fondue del país? Reserva mesa en el restaurante favorito de Bill y Hillary Clinton, el Armures, y entrégate al placer del queso fundido.

¿Que sientes la necesidad de impregnarte de tradición y de paso probar buenos vinos? No te pierdas la fiesta de la verema de Russin, un pueblecito encantador a tiro de piedra de Ginebra. ¿Que quieres sentirte millonario por un día conduciendo un cochazo de alta gama? Inscríbete en una prueba de conducción de automóviles de lujo y da gas a fondo (con prudencia) por las carreteras de la zona como si fueras el mismísimo 007. ¿Que tras el chute de gasolina te quedan ganas de cultura? Visita centros como el Museo de la Cruz Roja y la Media Luna Roja o el Patek Philippe, dedicado al maestro relojero.

Zúrich: grandeza y placeres

Es la ciudad más grande del país helvético y una de las que tiene mayor calidad de vida del mundo. Albert Einstein se licenció en su universidad y Tina Turner vive allí su doradísimo retiro. Sus calles están más relucientes que el acero de una navaja multiusos autóctona y sus habitantes son la quintaesencia de la educación y el civismo. Por esto y mucho más Zúrich es una ciudad espectacular para el visitante (o sea, para ti) que se decida a pasar unos días en ella.

Pero no te atrevas a comenzar tu ruta por esta capital financiera sin cargar las baterías matutinas en uno de sus típicos cafés, como la popular Confiserie Sprüngli o el Schwarzenbach, en plena ciudad vieja. Con el estómago lleno, puedes comenzar con una perspectiva sobre Zúrich subiendo al Uetliberg, una montaña a la que podrás llegar en tren en un trayecto de 27 minutos exactos (recuerda: estás en el Paraíso de la Puntualidad). De vuelta a la planicie, y con la excusa de que es año de Mundial, enciérrate unas horas en el FIFA World Football Museum, o lo que es lo mismo: 3.000 metros cuadrados dedicados al deporte rey.

En Ginebra, Basilea y Zúrich el arte, el shopping, la restauración y el relax se dan la mano

Aunque si lo tuyo es más lo cultureta que la pelotita, te puedes pasar por el Cabaret Voltaire, donde nació el dadaísmo, o perderte por las salas del Museum Rietberg, que además de estar situado en un parque idílico exhibe tesoros que parecen sacados de las viñetas de Tintín. Y ya que estás en una urbe que vive de cara a un gran lago, lo menos que puedes hacer es subirte a cualquiera de los muchos barcos que lo surcan y darte un garbeo por sus tranquilas aguas. Si además quieres mover el esqueleto puedes hacerlo sin desembarcar: algunos navíos se convierten en discoteca en cuando se hace de noche.

© Suiza Turismo

Por cierto… ¿estás en Suiza y todavía no le has dedicado tiempo al chocolate? Tienes una parada obligada en la tienda/taller Lindt & Sprüngli, donde además de darte un atracón podrás convertirte en un experto en el dulce manjar de la mano de un maestro chocolatero que ni Willy Wonka. Para despedirte de la ciudad vete al Casino (se requiere vestir con formalidad, o sea que nada de chanclas) y deja que la suerte haga de las suyas. Tal vez no te vayas del país con los bolsillos más llenos que cuando llegaste, pero lo que es seguro es que tu mochila estará a rebosar… de buenos recuerdos.