25 años después sigo buscando a Michael Jordan

Mireia Broca
Recuerdo con claridad (¿será que tengo una edad?) dónde estaba y con quién aquel 25 de julio de 1992. Hacía calor y las flechas encendían pebeteros y Michael Jordan, según nos llegó, se alojaba en algún hotel de la Rambla, por lo que mi hermano y yo decidimos entrar, sin éxito, en todos a preguntar. 25 años después, he vuelto a patearme la misma ruta que hice aquel verano por Barcelona.

Hace 25 años yo era una niña de vacaciones emocionada por unos Juegos Olímpicos que nos salieron (“atletas bajen del escenario” incluido) niquelados. Ahora que estamos en 2017, me he vuelto a calzar unas Victorias como en la época y, empujada por la melancolía, he recorrido los lugares de aquel verano del deporte.

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Primera parada: el anillo

Los Juegos de Barcelona’92 fueron los del Dream Team, los de la cicatriz con sabor a plata de Estiarte en la cara y los de los saltos de trampolín con unas vistas espectaculares de la ciudad. Un cuarto de siglo después, las instalaciones que se remodelaron o construyeron de cero como el Palau Sant Jordi siguen en pie y albergan eventos deportivos y musicales. Estos complejos forman la Anilla Olímpica o, dicho de otro modo, un agradable paseo por la montaña de Montjuïc, ideal para los runners del 2017 o los que hacían footing en el 1992.

Desde hace un tiempo, el Estadi Olímpic Lluís Companys se ha convertido en un parque temático del deporte con el Open Camp y un parque temático del pleistoceno con conciertos como el del 30 aniversario del “Joshua tree” de U2 y del ahora-sí-que-es-la-última-vez-que-vienen los Rolling Stones.

Segunda parada: el culo

Siempre se ha dicho que hasta que no llegaron las Olimpiadas, Barcelona vivía de espaldas al mar. No es del todo exacto. Teniendo en cuenta como nos va el rollo escatológico a los catalanes (solo con citar el “Caganer” ya queda demostrado) Barcelona le daba el culo al mar con todas sus consecuencias y despojos. Con lo de “á la ville de Barcelone” nos dijeron que nos diéramos la vuelta y abriéramos los ojos al horizonte. Lo hicimos y, de repente, redescubrimos la Barceloneta, aparecieron playas sin ratas y, frente a ellas, un barrio nuevo, La Vila Olímpica, en la que primero se alojaron los atletas y, después, los que pudieron pagarse un piso. En este barrio aún resisten los cines Icaria Yelmo y una escultura, como no podría ser de otra forma, titulada “El culo (a Santiago Roldan)” de Eduardo Úrculo en el parque de Carles I.

Barcelona’92 amplió y cambió la cara de otro barrio ahora muy de moda, Poblenou. Recomendar solo un restaurante allí es como ver un episodio de “Girls” sin que Lena Dunham se desnude. Hay que bajar por su Rambla, meterse por sus callejones buscando las antiguas casas de pescadores, tomar una horchata en El Tío Che y buscar los restos de las fábricas que recuerdan que, antes de olímpica, Barcelona era industrial.

Tercera parada: asfalto y hormigón

No se puede entender la Barcelona de las olimpiadas sin subirse a un coche y meterse en hora punta en las Rondas. Esto sí que es de valientes y no correr frente una piedrecita como Indiana Jones. Antes del 92, estos 40 kilómetros de asfalto y hormigón no existían, pero los coches que entraban a Barcelona, sí. Imaginaos lo que era moverse por el resto de la ciudad. Tal vez la Casa Batlló te parece más atractiva a los sentidos; si es así, seguramente, no seas chino. Según el documental “Las rondas, parque nacional” (“Les rondes, parc nacional”, TV3), este emplazamiento está de moda entre esta comunidad cuando se trata de buscar el mejor feng shui para las fotos del álbum de bodas.

Cuarta parada: el perro

Si hay algo por lo que se recuerda las Olimpiadas y los posteriores Juegos Olímpicos, es por convertir Barcelona en la capital del diseño. Cobi, el dibujo que trazó Mariscal, revolucionó el mundo de las mascotas una vez entendimos que era un perro d’Atura. Este 2017, una tienda clave en el diseño de muebles en Barcelona como Pilma (antes estaba también Vinçon) vuelve a comercializar uno de los productos que le hicieron triunfar aquel 92: las figuras de Cobi que vendió en exclusiva.

Pero si lo que queremos ver es el auténtico gusto barcelonés del periodo olímpico, lo mejor será dejarse caer por el parque de la Espanya Industrial en el barrio de Sants. Acérquense, vean y saquen conclusiones.

Créditos: Mireia Broca

Quinta parada: la música

Mientras que en Londres 2012 tiraron de Beatles y Space Girls, nosotros lo hicimos de los tótems de la ópera y la lírica como la Caballé, Carreras, Kraus, Victòria dels Àngels o Plácido Domingo, entre otros. De ellos y de los de la rumba catalana liderada por Peret y, en aquellos juegos, también por Los Manolos y su versión de “Amigos para siempre”. En el 92 el Liceu aún no había ardido ni tenía una tienda de Rocambolesc con los helados del hermano pequeño de los cocineros Roca y Peret aún corría con su guitarra por la calle de la Cera.

Hace 25 años, no pudimos ver encima del escenario al gran Freddy Mercuri cantar con la gran (por volumen) Montserrat Caballé la canción “Barcelona”. No hacía ni un año que había muerto por culpa del sida. Eran los 90. Justo este junio, se ha estrenado una pequeña joya en los cines, “Verano 1993” de Carla Simón, que nos hace viajar a aquella época en la que descubrimos una nueva enfermedad mortal y en la que aparecen, como no, camisetas de Barcelona’92.

 

Hace 25 años aún quedaba lejos la revolución que supuso la invención del cronut. Nos tuvimos que conformar con unos Juegos Olímpicos que revolucionaron para siempre la forma de organizar un evento como este. Ahora, visto desde la perspectiva del tiempo, noto que me generan sentimientos contradictorios. Pero, ya puestos, si de celebrar se trata, que cuenten conmigo.